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Crítica Billy Elliot

Crítica 
   Electricidad entre piquetes y esquiroles
      
Título original: Billy Elliot
Año: 2000
Duración: 111 min.
País: Reino Unido Reino Unido
Dirección: Stephen Daldry
Guion: Lee Hall
Reparto: Jamie Bell, Julie Walters, Gary Lewis, 
Jamie Draven, Adam Cooper, Jean Heywood, Stuart Wells, Nicola Blackwell
  

     En 1984 el Sindicato Nacional de Mineros de Gran Bretaña se encontraba en huelga, llegó a tener el 99% de sus trabajadores en ella, un año después se rindieron, cuando contaban aún con el 60% de sus afiliados en el movimiento. En este contexto se desarrolla Billy Elliot (2000), que narra la historia de un niño de 11 años con pasión por la danza, sin madre, y cuyo padre y hermano, ambos mineros, luchan en contra de los rompehuelgas. 

Bailar es sentir electricidad, una que puede quemar y salir a través de los pies con furiosos pasos de tap, o hacer flotar con delicados saltos de técnica de ballet clásico. Así aparece Billy, en los primeros fotogramas de la película, saltando sobre la cama, frente a un tapiz amarillo con verde, sin saber bailar, pero como preludio del “danzante cósmico” en el que se convertirá.

Lo mejor de este drama británico del director Stephen Daldry, es el guion escrito por Lee Hall, quien se inspiró en su propia obra Dancer. Sitúa al protagonista, Billy (Jamie Bell), y a su familia, ante la indecisión de convicciones. “¿Qué hay de malo con el ballet?”, pregunta Billy a su padre, Jackie Elliot (Gary Lewis), quien con el riesgo latente de perder su empleo debe elegir entre apoyar a su hijo mayor Tony (Jamie Draven) en la huelga o a su hijo menor que tiene el sueño de ser bailarín.

La elección de la música no es cuestión de azar, Daldry sabe combinar ligeras melodías en el piano para acompañar los tendús del ballet en la barra; el rock-punk de T. Rex al ritmo de Children of the revolution, I love to boogie y Cosmic dancer; así como el imponente vals de El lago de los cisnes de Chaikovski. 

El impacto de esta película ha sido tal que, en 2005, fue adaptada para los escenarios de West End en forma de obra musical original. Posteriormente trasladada a Broadway, así como a Australia, España, Perú, México y Chile. Y es acreedora de cinco premios Oliver y diez Tony

Aunque la trama resulta en un drama familiar, son los diferentes arcos argumentales los que enriquecen el filme. Entre ellos, el más importante es la critica a los estereotipos de lo femenino y lo masculino: el ballet es para niñas o poofs (maricones) y el box es para los niños. Así como el mensaje genérico, pero eficaz: “siempre sé tú mismo”.

Ahí, interviene Michael (Merryn Owen), el mejor amigo de Billy, quien gusta de usar los vestidos de su hermana. Michael siente atracción por Billy, pero la relación entre ambos niños se desarrolla como cualquier otra amistad. En función del argumento, recalca la idea de que el ballet, y en realidad cualquier tipo de arte, no está limitado a un género, ni ligado con la orientación sexual. 

La falta de una madre introduce al personaje de la señora Wilkinson (Julie Walters), la profesora que descubre el potencial de Billy. Una mujer de clase acomodada, pero con insatisfacciones en la vida. De carácter fuerte, no es un hada madrina que por arte de magia haga bailar a Billy, sino que es la figura que representa la disciplina, constancia y sacrificio que cuestan los anhelos. Ambos se complementan descubriendo en el otro lo que necesitaban.

La abuela de Billy, es un recordatorio de su posible futuro, quien en su juventud también tuvo el potencial para ser bailarina profesional, pero por circunstancias de la vida, ahora está bajo el cuidado de su nieto, con la inminente vejez y ligera pérdida de la memoria. 

El filme naturaliza al condado de Durham, combina la maleza con las pequeñas casas aglomeradas en la montaña, con propaganda huelguista en sus paredes y rodeadas de un mar frío. Incluso los policías rompehuelgas forman parte del paisaje, siempre están presentes en el fondo; se orquestan escenas casi dancísticas entre los conflictos de los piquetes y esquiroles, que cambian a la delicadeza de la infancia con las niñas y Billy practicando ballet, para volver con las protestas. 

La fotografía es típica de una película de los inicios del nuevo siglo, las mejores secuencias son las de baile. Los acercamientos a los pies de Billy permiten ver que la técnica progresa, mientras que los acercamientos a su rostro, transmiten la pasión, la fuerza y la frustración.

Las actuaciones son una piedra angular de la película. No por nada Julie Walters recibió cuatro nominaciones a mejor actriz de reparto en los premios Óscar, Globos de Oro, BAFTA y del Sindicato de actores. No obstante, en el clímax, es auténtica desesperación la que plasma Gary Lewis, cuando su personaje Jackie Elliot (el padre de Billy), regresa a la mina, “traicionando” a sus compañeros, y la impotencia que imprime Jamie Draven en Tony (hermano de Billy) intentando detener una decisión que ya fue tomada: Billy puede tener un futuro diferente al de su familia, aunque eso signifique ser esquiroles. 

A 20 años de su estreno, la vigencia del mensaje sigue siendo la misma. Billy Elliot puede ser otra película más sobre “perseguir tus sueños”, sin embargo, es su narrativa, perfectamente estructurada en tres actos, la que la diferencia de una más. Con el peculiar sentido del humor británico, las escenas de comedia y drama que se entre mezclan, suben y bajan como Billy en las calles inclinadas de la colina, para llevar al espectador a identificarse con todos los personajes. 

Necesitamos el arte que sensibiliza, el que se democratiza y el que hace recordar que, aunque la vida continúa atravesando adversidades, también hay un niño en nosotros que en medio de piquetes y esquiroles, puede dar un impulso para saltar, bailar, vestir ropa “de mujer” o cualquier cosa que lo haga sentir electricidad. 





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